Ay..ay...ay...que pena, luego de hacer el primer acercamiento al blog y que ustedes se registracen, me doy cuenta de que en la dirección me he comido la "n", quedándo ecuentada, así que realice otro que si tiene la dirección tal cual el nombre.
Agradezco sus visitas, el seguirlo y les espero en:http://encuentada.blogspot.com/
domingo, 15 de noviembre de 2009
domingo, 8 de noviembre de 2009
Este cuento "Un lugra en el bosque" es jasídico y divulgado por Jorge Bucay en "Cuentos para pensar"
Esta historia nos cuenta un famoso rabino jasídico: Baal Shem Tov.
Baal Shem Tov era muy conocido dentro de su comunidad porque todos decían que él era un hombre tan piadoso, tan bondadoso, tan casto y tan puro que Dios escuhaba cuando él hablaba.
Se había hecho una tradición en este pueblo: todos los que tenían un deseo insatisfecho o necesitaban algo que no habían podido conseguir iban a ver al rabino.
Baal Shem Tov se reunían con ellos una vez por año, en un día especial que él elegía. Y los llevaban a todos juntos a un lugar único, que él conocía, en medio del bosque. Y una vez allí, cuenta la leyenda, que Baal Shem Tov armaba con ramas y hojas un fuego de una manera muy particular y muy hermosa, y entonaba después una oración en voz muy baja...como si fuera para él mismo.
Y dicen...
que a Dios le gustaban tanto esas palabras que Baal Shem Tov decía, se fascinaba tanto con el fuego armado de esa manera, quería tanto esa reunión de gente en ese lugar en el bosque...que no podía resistir el pedido de Baal Shem Tov y concedía los deseos de todas las personas que ahí estaban.
Cuando el rabino murió, la gente se dio cuenta que nadie sabía las palabras que Baal Shem Tov decía cuando iban todos juntos a pedir algo...
Pero conocían el lugar en el bosque. Sabían como armar el fuego.
Una vez por año, siguiendo la tradición que Baal Shem Tov había instituido, todos los que tenían necesidades y deseos insatisfechos se reunían en ese mismo lugar en el bosque, prendían el fuego de esa manera en que habían aprendido del viejo rabino, y como no conocían las palabras cantaban cualquier canción o recitaban un salmo, o sólo miraban y hablaban cualquier cosa en ese mismo lugar, alrededor del fuego.
Y dicen...
que Dios gustaba tanto del fuego encendido, gustaba tanto de ese lugar en el bosque y de esa gente reunida... que aunque nadie decía las palabras adecuadas, de cualquier manera concedía los deseos a todos los que estaban ahí.
El tiempo ha pasado y de generación en generación la sabiduría se ha ido perdiendo...
y aquí estamos nosotros.
Nosotros no sabemos cual es el lugar en el bosque.
No sabemos cuáles son las palabras...
Ni siquiera sabemos cómo encender el fuego a la manera que lo hacía Baal Shem Tov...
Sin embargo hay algo que sí sabemos:
Sabemos esta historia,
Sabemos este cuento...
Y dicen...
que Dios adora tanto este cuento...
que le gusta tanto esta historia...
que basta con que alguien la cuente...
y que alguien la escuche...
para que Él, complacido,
satisfaga cualquier necesidad
y conceda cualquier deseo
a todos lo que están compartiendo ese momento...
Así sea...
Baal Shem Tov era muy conocido dentro de su comunidad porque todos decían que él era un hombre tan piadoso, tan bondadoso, tan casto y tan puro que Dios escuhaba cuando él hablaba.
Se había hecho una tradición en este pueblo: todos los que tenían un deseo insatisfecho o necesitaban algo que no habían podido conseguir iban a ver al rabino.
Baal Shem Tov se reunían con ellos una vez por año, en un día especial que él elegía. Y los llevaban a todos juntos a un lugar único, que él conocía, en medio del bosque. Y una vez allí, cuenta la leyenda, que Baal Shem Tov armaba con ramas y hojas un fuego de una manera muy particular y muy hermosa, y entonaba después una oración en voz muy baja...como si fuera para él mismo.
Y dicen...
que a Dios le gustaban tanto esas palabras que Baal Shem Tov decía, se fascinaba tanto con el fuego armado de esa manera, quería tanto esa reunión de gente en ese lugar en el bosque...que no podía resistir el pedido de Baal Shem Tov y concedía los deseos de todas las personas que ahí estaban.
Cuando el rabino murió, la gente se dio cuenta que nadie sabía las palabras que Baal Shem Tov decía cuando iban todos juntos a pedir algo...
Pero conocían el lugar en el bosque. Sabían como armar el fuego.
Una vez por año, siguiendo la tradición que Baal Shem Tov había instituido, todos los que tenían necesidades y deseos insatisfechos se reunían en ese mismo lugar en el bosque, prendían el fuego de esa manera en que habían aprendido del viejo rabino, y como no conocían las palabras cantaban cualquier canción o recitaban un salmo, o sólo miraban y hablaban cualquier cosa en ese mismo lugar, alrededor del fuego.
Y dicen...
que Dios gustaba tanto del fuego encendido, gustaba tanto de ese lugar en el bosque y de esa gente reunida... que aunque nadie decía las palabras adecuadas, de cualquier manera concedía los deseos a todos los que estaban ahí.
El tiempo ha pasado y de generación en generación la sabiduría se ha ido perdiendo...
y aquí estamos nosotros.
Nosotros no sabemos cual es el lugar en el bosque.
No sabemos cuáles son las palabras...
Ni siquiera sabemos cómo encender el fuego a la manera que lo hacía Baal Shem Tov...
Sin embargo hay algo que sí sabemos:
Sabemos esta historia,
Sabemos este cuento...
Y dicen...
que Dios adora tanto este cuento...
que le gusta tanto esta historia...
que basta con que alguien la cuente...
y que alguien la escuche...
para que Él, complacido,
satisfaga cualquier necesidad
y conceda cualquier deseo
a todos lo que están compartiendo ese momento...
Así sea...
domingo, 1 de noviembre de 2009
El cuento de esta semana: Arcalia, la tejedora de sueños
María del Pilar M. Quintero
Arcalia, la gran tejedora de las montañas, quiso un día tejer un manto para abrigar a su hija la Esperanza, una estrella diminuta que andaba por el cielo titilando de frío.
Pero antes, Arcalia había hecho un largo viaje por bosques, páramos y serranías. Quería visitar a las madrinas de su pueblo y pedirles consejo y ayuda para proteger a su hija la pequeña estrella. Sólo la acompañaba Zulí, un periquito.
Cada una de las madrinas le había dado un regalo muy especial: una madeja de hilo con una virtud.
A la primera que visitó fue a Urquía, la madrina del Norte, que vivía en una montaña, en una gruta cubierta de helechos y musgos.
Urquía –la de la mirada profunda-,muy atenta le dio de beber leche y miel y le regaló una madeja de hilo brillante que contenía la intuición y le dijo: con este hilo tus tejidos tendrán la virtud de dar a conocer el porvenir
La tejedora se despidió y continuó su viaje para visitar a la madrina del Oeste, Malía, que vivía en una nube. Para llegar a ella se subía en una tarabita, un asiento de caña y madera, que Malía halaba hasta el cielo con una cuerda mágica. Al llegar, Malía le dio de beber una taza de chocolate con hierbas de olor, le permitió disfrutar de todo su paisaje, y le dijo: el valor es muy necesario en la vida.
Tus tejidos tendrán el poder de darle valor a la gente. Y le regaló un carrete de hilo delgado y fuerte que contenía la valentía.
Arcalia se despidió muy satisfecha. Descendió en la tarabita y continuó su viaje. Atravesó montañas gigantes y grandes pantanos y llegó al fin donde Huissí, la madrina del sur, que vivía en una balsa en el medio de una gran laguna. Huissí la recibió con su cara serena de siempre y le brindó un atole de maíz tierno. Allí, Arcalia contempló las ondas de la laguna y los peces de colores que acompañaban a la madrina del agua. Cuando se iban a despedir, Huissí le entregó una madeja de hilo extensible que contenía la paciencia.
Después de reposar, Arcalia siguió su camino. Cruzó selvas, llanos ardientes y caudalosos ríos y llegó donde Yara, la madrina del Este, que vivía en un tronco viejo cubierto de orquídeas. Yara le dio de beber un vino de pétalos, y le dijo: tus tejidos traerán felicidad, y le regaló un gran rollo de hilo que contenía la alegría. Arcalia descanso todo un día para reponer sus fuerzas, y al amanecer se despidió y emprendió el regreso.
Las madrinas se quedaron pensando en cómo ayudar a la valiente viajera. Se comunicaron con un águila mensajera y decidieron reunirse a la orilla de la laguna de Huissí, la madrina del Sur. Allí conversaron largamente y resolvieron hacer un sortilegio para ayudar a Arcalia en su empeño de proteger a su hija, la pequeña estrella.La mandaron a llamar con un colibrí y al llegar le dijeron:
Arcalía, tu serás la madrina de los tejedores.
Los protejeras y cuando tejas serás invisible.
Arcalia, la gran tejedora de las montañas, quiso un día tejer un manto para abrigar a su hija la Esperanza, una estrella diminuta que andaba por el cielo titilando de frío.
Pero antes, Arcalia había hecho un largo viaje por bosques, páramos y serranías. Quería visitar a las madrinas de su pueblo y pedirles consejo y ayuda para proteger a su hija la pequeña estrella. Sólo la acompañaba Zulí, un periquito.
Cada una de las madrinas le había dado un regalo muy especial: una madeja de hilo con una virtud.
A la primera que visitó fue a Urquía, la madrina del Norte, que vivía en una montaña, en una gruta cubierta de helechos y musgos.
Urquía –la de la mirada profunda-,muy atenta le dio de beber leche y miel y le regaló una madeja de hilo brillante que contenía la intuición y le dijo: con este hilo tus tejidos tendrán la virtud de dar a conocer el porvenir
La tejedora se despidió y continuó su viaje para visitar a la madrina del Oeste, Malía, que vivía en una nube. Para llegar a ella se subía en una tarabita, un asiento de caña y madera, que Malía halaba hasta el cielo con una cuerda mágica. Al llegar, Malía le dio de beber una taza de chocolate con hierbas de olor, le permitió disfrutar de todo su paisaje, y le dijo: el valor es muy necesario en la vida.
Tus tejidos tendrán el poder de darle valor a la gente. Y le regaló un carrete de hilo delgado y fuerte que contenía la valentía.
Arcalia se despidió muy satisfecha. Descendió en la tarabita y continuó su viaje. Atravesó montañas gigantes y grandes pantanos y llegó al fin donde Huissí, la madrina del sur, que vivía en una balsa en el medio de una gran laguna. Huissí la recibió con su cara serena de siempre y le brindó un atole de maíz tierno. Allí, Arcalia contempló las ondas de la laguna y los peces de colores que acompañaban a la madrina del agua. Cuando se iban a despedir, Huissí le entregó una madeja de hilo extensible que contenía la paciencia.
Después de reposar, Arcalia siguió su camino. Cruzó selvas, llanos ardientes y caudalosos ríos y llegó donde Yara, la madrina del Este, que vivía en un tronco viejo cubierto de orquídeas. Yara le dio de beber un vino de pétalos, y le dijo: tus tejidos traerán felicidad, y le regaló un gran rollo de hilo que contenía la alegría. Arcalia descanso todo un día para reponer sus fuerzas, y al amanecer se despidió y emprendió el regreso.
Las madrinas se quedaron pensando en cómo ayudar a la valiente viajera. Se comunicaron con un águila mensajera y decidieron reunirse a la orilla de la laguna de Huissí, la madrina del Sur. Allí conversaron largamente y resolvieron hacer un sortilegio para ayudar a Arcalia en su empeño de proteger a su hija, la pequeña estrella.La mandaron a llamar con un colibrí y al llegar le dijeron:
Arcalía, tu serás la madrina de los tejedores.
Los protejeras y cuando tejas serás invisible.
Encuentada
Desde pequeña, cuando llegaba la noche mi madre me leía cuentos para dormir...mi abuelo paterno nos narraba sus faenas de campo en el llano y mi abuela materna nos contaba la historia del Táchira desde su propia vivencia.
Díficil, entonces, no crecer amando los cuentos y leerlos, escucharlos y después de grande contarlos.
Sí, soy una "encuentada", porque me encantan los cuentos y disfruto de la magia d ela palabra escrita y por supuesto contada.
Díficil, entonces, no crecer amando los cuentos y leerlos, escucharlos y después de grande contarlos.
Sí, soy una "encuentada", porque me encantan los cuentos y disfruto de la magia d ela palabra escrita y por supuesto contada.
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